Mayte Martín se acuerda de los grandes en el ciclo Andalucía Flamenca
El pasado viernes se cerraba el ciclo Andalucía Flamenca en la sala de cámara del Auditorio Nacional con la cantaora Mayte Martín, quien ofrecía un concierto-regalo para los que somos aficionados al flamenco, un recorrido por la historia del flamenco cantado desde el conocimiento, el respeto, la entrega y la compañía de una sola guitarra.
Foto fija de una película que solo habla y suena a Flamenco, 90 minutos de un acto sublime lleno de matices que nos permitió adentrarnos en las tripas de un arte que ha tatuado en la senda cantes, toques y bailes, dedicados a un universo. Al de los sentimientos expresados en toda su medida, libre a veces, si es que se es capaz de superar los miedos del camino.
Inician tras un fuerte aplauso del público unos acordes por granaína y la voz de Mayte Martin afina el templo.
… y a buscar la flor que amaba, yo entré en el jardín de Venus…
La acústica de la sala de Cámara del Auditorio se estremece en cada tercio, con la voz afinada y personal del que bebe de los matices que sin duda tiene este cante. La guitarra del alicantino Alejandro Hurtado remata los cantes con tal sutileza que la palabra para definir el diálogo y el sin fin de volúmenes que exploran ambos, seria, magia.
«Quiero dar las gracias. Nos sentimos muy orgullosos de que se acabaran las entradas. Pondremos el corazón»; palabras de gratitud de la cantaora catalana para los asistentes madrileños. «Seguimos con una especie de híbrido entre una de las peteneras más antiguas y otra que descubrí en un viaje a México». La guitarra y el cante nos conducen por un sueño.
… No hay flor como la amapola ni cariño como el mío… así inician los tientos-tangos y la guitarra de Hurtado susurra hasta arremeter la cadencia por tientos. Cante y toque se posan reteniendo cada frase que suena pura, jonda y flamenca.
Soleá… si yo pudiera ir tirando las penitas mías por los arroyuelos… un estilo que en estos dos artistas se siente cante añejo y atrapado en la eterna escuela de los cantes a compás.
La cantaora anuncia seguiriya y se hace un silencio expectante, la guitarra dibuja el compás y el llanto de la cantaora que camina sobre el pulso de la sangre de Hurtado, se golpean las penas, se contiene el llanto.
… Ay mi pare y mi mare que viejitos son… El público interrumpe con aplausos el sentir de la guitarra que late poniendo más corazón en cada tercio, si es que se puede, también a este cante de Mayte Martín que corta el aire y se mete hasta el alma a través de los oídos. «Es momento de presentar a mis compañeros. Miguel Torroja al sonido y alguien que ha aparecido hace poco en mi vida, alguien que vibra y siente como tú es lo mismo que encontrar a un gran amor, Alejandro Hurtado»; sentencia Mayte Martín y el guitarrista recibe una gran ovación del público.
«Como aficionada amo este arte y por eso reconstruyo a partir de lo que se ha hecho. En esta ocasión voy con La Niña de los Peines y al Niño Ricardo. Fandangos naturales»: Igual que la Dolorosa tiene mi madre la cara, no creas que es ilusión, es que mi madre es tan hermosa que yo le veo comparación…
«Vamos a recordar ahora al maestro Marchena con una milonga». Las manos de Martin dibujan, mecen el aire como si recogiera la brisa y la transformara en cante. Dulzura en el cante ella, dulzura en la guitarra él, el idilio se siente, se ve y con esas entran en un cante por colombiana del maestro Valderrama. Termina el cante y alguien del público agradece y le grita: «¡Qué bonito lo has cantao!».
El fin de fiesta de Mayte Martin se celebra y suena a poemas cantados por bulerías. El público en pie aplaude sin pausa y espera un bis, no quiere irse y por supuesto recibe su regalo. Unas cantiñas, a la manera añeja dice Mayte, que con sus palmas pone en marcha el aire gaditano.
¿Qué es Memento para Mayte Martín?
«Es una incitación al recuerdo, a esa acción sanadora de agitar la memoria para rendir culto a lo que nos precedió y agradecer lo que nos fue concedido. El acto de detenerse a reflexionar sobre lo esencial. Ese motor que me impulsa a reverenciar el pasado, ese respeto religioso que profeso al flamenco que me parió y a quienes han hecho de él ese tesoro que venero. Honrarlo es lo que quiero. Y por eso pongo a su servicio mi sentido del decoro y de la libertad. El primero, para construir a preservar con rigor sus preceptos, que vienen dados por una ética y una estética que son herencia sagrada; el segundo, para poner mis capacidades creativas y emotivas a su servicio».
Begoña Castro para Flama
Fotos: Elvira Megías