Joaquín El Grilo hace música con sus tacones
En plena madurez, El Grilo demostró ayer sobre las tablas del Teatro Central que no tiene parangón en el dominio del compás de doce tiempos, eso que en su tierra jerezana llaman “soniquete”, que se desparrama por sus pies como si de un torrente natural se tratara.
El espectáculo que presentó ayer en el teatro sevillano forma parte de la XXIII Bienal de flamenco de Sevilla y lleva por título ‘Cucharón y paso atrás’, una frase que remite a esa forma que tenían los trabajadores del campo andaluz de compartir un potaje o un gazpacho. Y es que, con esta obra el bailaor jerezano ha querido echar la vista atrás para situarse en los orígenes de este arte andaluz y universal, y para ello se ha ido al campo, a la mina y a la fragua.
La obra, que es fruto de la colaboración del bailaor jerezano y el musicólogo gaditano Faustino Núñez, parte de una estructura sencilla que se refleja en un puesta escena sobria, aunque con una fuerte carga simbólica que le otorga una atmósfera nostálgica. Por fortuna eso no impide que algunas escenas se tornen alegres y luminosas, no tanto por la iluminación de Marcos Serna AAI – que es más bien oscura – ni por el vestuario de Nuria Figueroa – en el que predomina el negro y los grises -, sino por los bailes y el concepto que pretende retratar.
Así, en la primera parte vemos a El Grilo en alpargatas. Está en el campo y baila con alegría y absoluta libertad, como si el baile estuviera en su imaginación más que en su cuerpo, a compás de los sones ligados a ese entorno (cantes de trilla). En la siguiente escena la alegría se torna solemnidad. El Grilo está en la mina, y junto a la poderosa voz de José Valencia (que se lució tanto cantando como actuando) baila un martinete muy personal, acompañado de las guitarras de Francis Gómez y José Tomás, que se atreven a poner música a este palo que, por lo general, se canta a palo seco. Claro que ya de por sí, El Grilo le pone música con sus pies (aquí ya ha cambiado las alpargatas por las botas de tacón), con un taconeo tan limpio como poderoso y delicado a un tiempo, ese taconeo con el que el bailaor jerezano demuestra en cada escena su dominio del compás y del soniquete. Algo que dejó bien sentado en la tercera escena, cuando se va a la taberna para entregarse al universo de las cantiñas. Allí con su quiebros, brazos abiertos mirando al cielo y la velocidad de sus pies entregados a un sinfín de contratiempos de vértigo, hace que la alegría y la luz se nos meta en el cuerpo.
La escena termina con una cartagenera que canta con agudos generosos y quejíos profundos de Carmen Grilo encima de la mesa. A su término, da paso a un taranto que El Grilo aborda con sobriedad y hondura, dejando a sus tacones que pasen de la firmeza a la ligereza de un repiqueteo tan virtuoso como machacón. Y tras unas seguiriyas de vértigo y atreverse a bailar una saeta que vuelve a cantar Carmen encima de la mesa, El Grilo se va de nuevo al campo para brindarnos, alrededor de un lebrillo de comida donde los artistas se tornan en campesinos para entregarse al rito de la “cuchará y paso atrás”, un singular fin de fiesta que hizo las delicias de los espectadores, entre los que se encontraban muchas figuras del baile flamenco que habían ido a disfrutar de la propuesta del artista jerezano, que aunque pasa ya de la cincuentena, tal y como demostró ayer, está en su mejor momento.
Lola Pantoja para Flama
Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León