Israel Fernández llegó, vio y no conmovió
Israel Fernández es uno de los pocos cantaores flamencos que gozan de una buena proyección mediática, lo que no es baladí teniendo en cuenta que se rige por los cánones de los cantes clásicos, como los que recoge en su nuevo disco ‘Por amor al cante’, que nos presentó el pasado domingo en el Teatro Alameda, dentro del marco de la Bienal de Flamenco de Sevilla.
El cantaor toledano se declara un amante de los artistas flamencos de una de las épocas doradas del cante donde nombres como Manuel Vallejo, El Carbonerillo, Pepe Pinto o La Niña de los Peines, y su hermano Tomás Pavón, engrandecieron el cante junto a las guitarras de Ramón Montoya y El Niño Ricardo. Del toque de estos dos guitarristas se empapó en su día Antonio El Relojero, a quien Israel Fernández llama con el apelativo cariñoso de “Tío Antonio”.
Tal y como nos contó el cantaor sobre las tablas del Teatro Alameda, ambos se encontraron hace 15 años en un Concurso de Cante. Israel se quedó prendado de aquella sonanta que sonaba al toque los grandes maestros del pasado y le pidió que le acompañara. Y ganaron el concurso. No es de extrañar, teniendo en cuenta las cualidades vocales del toledano – capaz de subir lo imposible con un rasgo de voz de lo más flamenco – y el toque de solera del madrileño.
Sin embargo, el recital que nos ofrecieron el pasado domingo no estuvo a la altura de lo que se espera de una Bienal de Flamenco. Tal y como el cantaor reconoció abiertamente y sin tapujos, “no habían mirado nada”. Iban diciendo sobre la marcha los cantes que iban a hacer. Algo que, desde luego no es extraño al flamenco. Muchos cantaores y cantaoras comienzan con un palo y van decidiendo el repertorio en función de cómo sienten su voz y su ánimo, o también según la energía que les llega del público. Pero Israel no parecía regirse por nada de eso. A él le sobran facultades para abordar cualquier palo, y tanto él como El Relojero parecían de lo más relajados, tanto, que parecía que estábamos asistiendo a una tertulia en una peña flamenca donde hasta cabían hasta las anécdotas del guitarrista sobre ‘La Mili’ (servicio militar obligatorio) – que hizo en Sevilla – y su conocimiento de los grandes figuras del pasado que él se sintió con la necesidad de transmitir.
Nos reímos de lo lindo con las intervenciones de este guitarrista mayor, que se definió como un gran aficionado a la guitarra flamenca clásica. También Israel desató alguna que otra carcajada por su forma de librarnos de la conferencia improvisada del guitarrista. Pero a la hora de cantar no parecía a gusto y más que emocionarnos nos arañó los oídos con una ejecución que abusó de las notas altas, que en más de una ocasión, como en la seguiriya, elevó al extremo del grito. Aunque en ese palo se lució El Relojero acordándose de El Niño Ricardo. No así en los tangos y las bulerías, en los que marcó un tempo un tanto lento y eso, unido a la ausencia de palmas y percusión, determinó una ejecución deslucida por parte del cantaor.
Por fortuna en la taranta Fernández apuntó maneras, hizo los honores a la granaína y con los fandangos finales dio buena cuenta de su virtuosismo. Algo es algo.
Lola Pantoja para Flama
Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León