El Nissan Cartuja se vino abajo con Esperanza Fernández en la Bienal de Sevilla
Se encienden las luces del escenario del Nissan Cartuja en la Bienal de Flamenco de Sevilla, y vemos a Miguel Ángel Cortés que abre el recital con un toque breve en solitario que da paso a Esperanza Fernández, quien principia un romance entre bambalinas. Sale a escena caminando majestuosamente por el escenario, vestida con un traje negro ceñido y una elegante y vistosa torerita de tonos dorados, que hace juego con los zapatos y los pendientes. Viene cantando a palo seco el ‘Romance de la monja’ que cuenta la historia de una mujer a la que llevaron contra su voluntad a un convento. Canta las primeras estrofas, y tras ponernos las lágrimas en la garganta (la historia es espeluznante), lo interrumpe para cantar las primeras estrofas de ‘El Romance del Zaide’, que popularizó El Chozas de Jerez (que en realidad era de Lebrija). Después de las primeras estrofas lo enlaza con otro romance muy popular en el universo flamenco, ‘El Romance de Gerinaldo’ que hizo famoso El Negro del Puerto. Y tras cantar algunas letras que dieron buena cuenta del dominio de Esperanza de este cante, dio paso a la guitarra, las palmas y la percusión, para regalarnos un delicioso recorrido por los romances de su tierra lebrijana, a compás de soleá por bulerías.
Esa primera pieza preconizaba ya la elevada cota emotiva que alcanzaría el recital. Algo que llegó a su zenit con la soleá, la seguiriya y la sevillana, tres cantes que hicieron los honores al título del recital: ‘Corazones de agua’; porque a partir de ahí a más de uno y de una se le saltaron las lágrimas. «Me tienes llorando Esperanza», gritó una espectadora desde el patio de butacas, del que no paraban de salir oles y frases de aliento y reconocimiento a la maravilla que estaba haciendo Esperanza con el cante.
Antes de eso, y después de habernos acariciado el corazón con unas malagueñas repletas de matices y colorido vocal, la cantaora trianera nos había deleitado con una vidalita sumamente personal e intimista pero también espectacular, porque hacia la mitad del cante Esperanza se levantó para acompañarlo bailando el abanico. No en vano ella empezó como bailaora.
Tras ese cante, Esperanza dejó solo a Miguel Ángel Cortés para que nos brindara un toque que desató una gran ovación del público, una composición propia que comienza por tarantas, sigue por granaínas y termina por bulerías. Y Esperanza salió de nuevo a escena con un nuevo traje, un vestido azul con cola y volantes laterales – que remite al traje flamenco de cola -; y se entregó a un recorrido por romeras y cantiñas que iluminó nuestros sentidos.
A partir de ahí la cantaora decidió ir subiendo el tono, dotando de unos altos imposibles a la soleá y el resto de los palos que vinieron después: la seguiriya que puso al público en pie como si el recital ya hubiera terminado; la sevillana, cuya letra alude a los miembros de su familia, y las bulerías, que comenzaron, a manera de homenaje, con ‘Desnudos’, el poema de Juan Ramón Jimenez que versionaron Lole y Manuel y terminaron con ella bailando.
Al final de las bulerías el teatro se vino abajo. El público, que se había puesto en pie al unísono, no podía parar de aplaudir y vitorear a la artista y sus acompañantes, sobre todo al guitarrista granadino, que se llevó unos cuantos vítores. Se trató, sin duda, de uno de los mejores recitales de cante de la Bienal, un concierto que demostró que, cuando sobra el talento y el dominio como les sobra a Esperanza y sus acompañantes – entre los que se incluye Pedro María Peña por su exquisita dirección -, el flamenco se convierte en un arte sanador que nos transforma por dentro.
Lola Pantoja para Flama
Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León