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El lunes 22 de Octubre de 2018 cantó Rancapino en Madrid y yo estuve allí

25 octubre, 2018

Las cortinas rojas del Teatro Flamenco de Madrid situado en la calle del Pez, en pleno barrio de Malasaña, se abrieron al cante, esa noche de lunes. Abarrotado y lunes, algo que es insignificante para una ciudad que antepone el arte a calendarios establecidos, que recibe como otras tantas noches históricas a una figura del cante que aparece ante el público, para darlo todo. Ese todo que no tiene que ver con tres horas de recital, ese todo es dejar las tripas en lo que uno hace, en no poder ser imitado por otros, porque lo que acontece es verdad, sin disfraces sin escondites que oculten el presente del artista, no lo que fue o será en un futuro, sino su presente.

Se abrió el telón y sus años sobre las tablas aparecen de golpe, brotan de sus ‘andares, de sus sentares y de sus cantares’.

Esa noche Rancapino es abrazado por  otros artistas allí presentes, otros cantaores, bailaores, guitarristas, porque para ellos el cante sigue siendo algo más que ponerse en casa un disco. Estar en el lugar, ofrecer la admiración, el respeto y el cariño en el Flamenco tiene que ver con  un continuo entregar, recoger, aprender y poder después transformar, ya inspirado por el maestro, en cante, en baile o toque al gusto. La noche sentencia que el Flamenco sigue siendo transmisión oral cuando te encuentras con Rancapino. Y hay que estar, escuchar al máximo cada segundo. Atentos a cada tercio de sus letras por soleá, a sus alegrías, despacito, jugueteando con el compás, a su arriesgar por taranto, que por momentos pareciera parar el pulso de la guitarra y atentos  a como aquello se convierte en un recitar de forma melódica apurando el aire, teniendo que poner todo el cuerpo, que de tantas ganas de expresar se despega de la silla. En escucha y removidos mejor ni jalear en su bulería, porque para el maestro Alonso Núñez Núñez, nacido en Chiclana en 1945, ahí en la bulería, se queda mucho escrito.

Rancapino artista y Alonso persona se funden en las tablas cuando alguien del publico le grita, ¡valiente! Lanza un beso al grito y sonríe como un niño. El gaditano se inquieta por buscar a su hija; a su nieta para que cante y veamos su orgullo.

Una noche que se podría haber dado en Chiclana con su familia, pero que ha sido en Madrid en donde tantas cosas vivió con su Camarón de su alma y donde se le quiere y se le sigue escuchando.

Rancapino sigue poniendo a el cante en su sitio, en ese en el que en palabras de Lorca lo jondo tiene que ver con llegar al precipicio, al filo.

Texto: Begoña Castro para Flama
Fotos: Manuel García

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