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BIENAL ARTE FLAMENCO SEVILLA. Tomatito y Lebrija en Triana

22 septiembre, 2014

El Alcázar de Sevilla es uno de los escenarios más impresionantes para tocar, y para escuchar. El pasado viernes día 19 todo apuntaba a que podría ser una noche mágica. Pero no fue así. Fue más José Fernández Torres que el genial Tomatito de otras veces. Suele pasar mucho en el flamenco, que los genios tiran mucho de la familia, y para que un espectáculo sea redondo, hay que rodearse de profesionales del mismo nivel, y más en un marco tan especial como en la puerta de uno de los palacios en uso más antiguos del mundo. Por donde han desfilado civilizaciones y culturas.
Creo que es fundamental rodarse de otros genios para que un espectáculo se venga arriba, pero no terminó de despegar casi en toda la noche. Granaínas y rondeñas que roneaban al duende, pero que este no se lo creía. Ni el público tampoco. Nueve personas en el escenario, pero Tomatito daba la sensación que se arropaba en ellos, su música se perdía entre coros y percusión. Daba la sensación que la noche se iba apagando.  Voces agudas y un sonido que falló en múltiples ocasiones.
Ni el acompañamiento ni el sonido estuvieron a la altura de la ocasión. Algo bastante inquietante.
Y llegaron las bulerías y el soniquete parece que iba despegando. Pero solo nos dejó endulzar los labios. Volvieron los tropiezos… y el sonido… a compás.
Se acordó de Paco de Lucía, de su también íntimo Michel Camilo… pero no cuajaba la cosa. No era su noche. Y por bulerías consiguió otra vez llegar al climax durante unos minutos, pero se evaporó en el jardín del Alcázar. Hubo aplausos e, incluso, algo de entusiasmo. Las manos de Tomatito conocen muy bien el temple jazzístico, rompía el ritmo para adentrarse en la profundidad del jazz, para luego arrancar con el genio y la fuerza del flamenco. Ese cambio sí rozaba el alma. Ahí se entreveía el conocimiento que tiene José sobre esa música tan querida por el flamenco, y viceversa.
Cual seta escondida en el bosque, a José solo lo vimos entre las ramas en contadas ocasiones.

Fiesta de Lebrija en Triana
Con el tiempo casi justo para salir del barrio de Santa Cruz y cruzar el río camino de Chapina, en Triana, se veía el devenir de aficionados al flamenco, entre Sevilla y Triana.
Con la moral un poco distraída por el espectáculo del Alcázar, las ganas eran aún mayores de encontrarnos de frente con la gitanería de Lebrija. Juerga flamenca en pleno corazón trianero.
Por el cartel, se veía muchos aficionados de Lebrija, de familias gitanas con mucho arraigo en el flamenco: Vargas, Carrasco, Peña… ¿Qué más se puede pedir? Y es que ya va uno a ver los aficionados (no son habituales en los festivales o recitales al uso) con más tranquilidad que a otros profesionales del flamenco. Será que no arriesgan tanto y que se dedican a cantar flamenco y a mostrar lo que han vivido. Es como jugar a la carta ganadora, y es difícil que salga mal. Porque lo hacen con la facilidad y el cariño del que lo hace todos los días. Y eso es lo que transmitieron los lebrijanos en el escenario, que hicieron lo que han hecho siempre: su cultura flamenca por siguiriyas, soleá, bulerías, tangos… todo a compás y envueltos en el soniquete familiar.
Se notaban las tablas de Concha Vargas, quien sí trabaja (y no para) como profesional. Qué arte tiene. Genio y figura para el que quiera flamenco en estado puro.
Y después vinieron los verdaderos aficionados que todavía mantienen las raíces flamencas, como son Fernanda Carrasco, Luis y Antonio Malena (qué buena pataíta por bulerías), Carmen de Quintín, Carmen Vargas, Curro Vargas… Pero me quedaría particularmente con Miguel Funi hijo, que se le notaba el arte que corre por sus venas, para que El Pañero también mostrara que está sobrao de arte. Pero la que realmente destacó en todos los sentidos fue Juana Vargas, la más veterana del grupo; y eso entre los gitanos significa respeto. Callan hasta las guitarras para que Juana desgrane los sonidos negros de la soleá, o por bulerías, o por soleá por bulerías, como ella quiera. Con tantas fiestas, bautizos y comuniones de todos los nietos, el saber estar en un escenario hace que solo tengamos que escuchar y disfrutar de ese compás lebrijano que nos hizo recordar el flamenco de toda la vida. Y además, se pasó el tiempo volando. Algo cortito, pero esos son los buenos espectáculos.

Isidoro Cascajo

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