Arcángel se consagra en la Bienal de Flamenco de Sevilla
‘Olé con ole y olá’. Con esta conocida copla, a compás de bulerías, se despidió Arcángel del público del Teatro de la Maestranza en la Bienal de Sevilla, que a esas alturas estaba tan entregado que incluso se atrevió, por momentos, a acompañar su cante con palmas a compás. Y no era para menos, porque el cantaor onubense se acababa de consagrar con un espectáculo cuidado, apasionante, brillante y valiente donde tradición y modernidad se dieron la mano, algo que, en definitiva, es propio del cante flamenco.
La función comenzó con un exquisito recorrido por bulerías que puso el espectáculo bien alto. Parecía difícil, casi imposible, remontar a partir de ahí. Pero Arcángel – al que la Bienal de Flamenco de Sevilla vio nacer como cantaor profesional, primero para el baile y en solitario después – sabía muy bien lo que hacía. No en vano cuenta en su haber con una carrera prolífica y abigarrada en la que se ha permitido llevar el cante al otros géneros musicales, como la música barroca, el folclore búlgaro, la ópera y, con el último disco, ‘Hereje’, el pop, el rock, el indie e incluso el jazz.
En esta ocasión, consciente de la responsabilidad que implica cantar en el Teatro de la Maestranza en el marco de la Bienal de Flamenco de Sevilla, se centró en un recorrido de cantes flamencos clásicos, aunque con una puesta en escena moderna y un acompañamiento musical que conformó la estructura rítmica perfecta para hacer los honores al potencial emotivo del compás, incluso en los cantes más dramáticos, como la seguiriya con la que se miró en el espejo de Manuel Vallejo.
Para ello no escatimó en recursos y salió a escena arropado por un espléndido cuadro de artistas: Las hermanas Olivia y Carmen Molina a los coros, los hermanos Álvaro y Fernando Gamero a las palmas, Lito Mánez a la percusión y sus imprescindibles Antonio y Manuel Montes Saavedra Los Mellis, que lo mismo tocan las palmas con virtuosismo que cantan una deliciosa versión de la ‘Baladilla de los Tres Ríos’. Y para rematar un cuarteto de guitarra de lujo que supone un homenaje a la sonanta flamenca de concierto: Miguel Ángel Cortés, Salvador Gutiérrez, Benito Bernal y Francis Gómez, responsable también de la dirección musical, que fue tan exquisita como compleja. Cuatro guitarristas de diferentes generaciones y localidades que, aunque estuvieron en todo momento al servicio del cante, brillaron con luz propia y dejaron bien patente la elevada calidad que ha alcanzado hoy en día la sonanta flamenca.
Junto a ellos, y tras el potente recorrido por bulerías, Arcángel se acordó de su maestro Enrique Morente con los tangos de Granada; se lució con los tangos del Piyayo, que enlazó con inusual habilidad con los de Triana; se dolió con las tarantas, a las que colmó de dulzura junto al fascinante toque de Francis Gómez y enardeció al público con uno de los pocos cantes en los que pudimos verle bien la cara (cuando cantaba sentado la iluminación mantenía su imagen en penumbras), las cantiñas. Ese cante desató un aplauso largo y sentido, tanto que más de uno creyó que era el final del espectáculo. Pero el maestro onubense no podía despedirse sin dar públicamente las gracias. Primero a la Bienal de Sevilla no sólo por haberle dado la oportunidad de volver a formar parte de su programación en un espacio como el Teatro de la Maestranza (algo que dijo que era más que un sueño), sino por su empeño en mostrar al mundo el nivel que este arte tan nuestro como universal ha llegado a alcanzar. En segundo lugar le dio las gracias a todo el personal técnico, sin el que ese sueño no podría haberse alcanzado. Y, por último, al público de Sevilla por estar esa noche acompañándolo como lo estaban haciendo.
Y para premiarlo, Arcángel les tenía reservado un último bloque de fandangos con los que tenía la intención, como reconoció abiertamente, de darle al cante por excelencia de su tierra el lugar que le corresponde. Y desde luego que se lo dio. Y no solo porque su voz alcanzó notas imposibles de exquisita afinación, sino porque fue ahí donde se dejó llevar por la emoción. Una emoción que llegó a su cenit cuando le cantó por sevillanas a la bailaora Macarena López, que salió a escena enfundada en un precioso mantón de Manila y, a la manera de la gran maestra Matilde Coral lo movió con auténtica donosura y precisión.
Y el teatro se vino abajo con una ovación tan larga como sentida que terminó acompañando al maestro bulerías. Olé con olé y olá.
Lola Pantoja para Flama
Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León