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2 octubre, 2024
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Joaquín El Grilo hace música con sus tacones

En plena madurez, El Grilo demostró ayer sobre las tablas del Teatro Central que no tiene parangón en el dominio del compás de doce tiempos, eso que en su tierra jerezana llaman “soniquete”, que se desparrama por sus pies como si de un torrente natural se tratara. El espectáculo que presentó ayer en el teatro sevillano forma parte de la XXIII Bienal de flamenco de Sevilla y lleva por título ‘Cucharón y paso atrás’, una frase que remite a esa forma que tenían los trabajadores del campo andaluz de compartir un potaje o un gazpacho. Y es que, con esta obra el bailaor jerezano ha querido echar la vista atrás para situarse en los orígenes de este arte andaluz y universal, y para ello se ha ido al campo, a la mina y a la fragua. La obra, que es fruto de la colaboración del bailaor jerezano y el musicólogo gaditano Faustino Núñez, parte de una estructura sencilla que se refleja en un puesta escena sobria, aunque con una fuerte carga simbólica que le otorga una atmósfera nostálgica. Por fortuna eso no impide que algunas escenas se tornen alegres y luminosas, no tanto por la iluminación de Marcos Serna AAI – que es más bien oscura – ni por el vestuario de Nuria Figueroa – en el que predomina el negro y los grises -, sino por los bailes y el concepto que pretende retratar. Así, en la primera parte vemos a El Grilo en alpargatas. Está en el campo y baila con alegría y absoluta libertad, como si el baile estuviera en su imaginación más que en su cuerpo, a compás de los sones ligados a ese entorno (cantes de trilla). En la siguiente escena la alegría se torna solemnidad. El Grilo está en la mina, y junto a la poderosa voz de José Valencia (que se lució tanto cantando como actuando) baila un martinete muy personal, acompañado de las guitarras de Francis Gómez y José Tomás, que se atreven a poner música a este palo que, por lo general, se canta a palo seco. Claro que ya de por sí, El Grilo le pone música con sus pies (aquí ya ha cambiado las alpargatas por las botas de tacón), con un taconeo tan limpio como poderoso y delicado a un tiempo, ese taconeo con el que el bailaor jerezano demuestra en cada escena su dominio del compás y del soniquete. Algo que dejó bien sentado en la tercera escena, cuando se va a la taberna para entregarse al universo de las cantiñas. Allí con su quiebros, brazos abiertos mirando al cielo y la velocidad de sus pies entregados a un sinfín de contratiempos de vértigo, hace que la alegría y la luz se nos meta en el cuerpo. La escena termina con una cartagenera que canta con agudos generosos y quejíos profundos de Carmen Grilo encima de la mesa. A su término, da paso a un taranto que El Grilo aborda con sobriedad y hondura, dejando a sus tacones que pasen de la firmeza a la ligereza de un repiqueteo tan virtuoso como machacón. Y tras unas seguiriyas de vértigo y atreverse a bailar una saeta que vuelve a cantar Carmen encima de la mesa, El Grilo se va de nuevo al campo para brindarnos, alrededor de un lebrillo de comida donde los artistas se tornan en campesinos para entregarse al rito de la “cuchará y paso atrás”, un singular fin de fiesta que hizo las delicias de los espectadores, entre los que se encontraban muchas figuras del baile flamenco que habían ido a disfrutar de la propuesta del artista jerezano, que aunque pasa ya de la cincuentena, tal y como demostró ayer, está en su mejor momento. Lola Pantoja para Flama Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León    

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1 octubre, 2024
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Juan de Juan apuesta por el 66

Después de un periodo de ausencia en los escenario, el bailaor moronense Juan de Juan reaparece en el Monasterio de la Cartuja dentro del marco de la Bienal de Sevilla con una apuesta arriesgada, valiente y de considerable intensidad, que se propone bailar 66 palos del flamenco. Se trata, sin duda, de todo un reto. 66 parece un número de palos exagerado. Claro que, si entendemos por palos diferentes, tal y como él lo entiende, las distintas variantes que tienen la soléa, las cantiñas, los fandangos, los cantes de ida y vuelta o los cantes de levante, puede que incluso salgan algunos más. En un momento de la obra Juan de Juan se para y le pregunta directamente al público , ¿Cuántos van?, y un espectadora le responde que «ha perdido la cuenta», y otro «70». A esas alturas el bailaor moronense había regado ya el escenario de breves piezas de los que él considera los palos más primitivos, como los romances con los que comienza el espectáculo, las tonás, las seguiriyas, los cantes de trilla o la caña. Con este palo nos brindó un esplendoroso pase a dos junto al bailaor Rubén Olmos. Hasta ese momento, Juan de Juan se había mostrado un tanto inseguro. Su baile se había limitado a una retahíla, más o menos variada, de taconeo y remates poco lucidos.  Desde luego, tratándose como se trataba de bailar toda esa cantidad de palos y variantes, no podía hacer otra cosa que perfilar pinceladas de cada baile. Pero a partir del pase a dos, el bailaor moronense pareció serenarse y bajó un poco el ritmo impetuoso y de vértigo que hasta entonces estaba marcando para centrarse más en describir figuras, algunas desafiantes y otras repletas de luz y viveza, como las que definió su baile por cantiñas. Otro de los momentos de la noche fue la farruca de Rubén Olmo. Qué derroche de elegancia, dominio y gracilidad imprimió el actual director de Ballet Nacional de España a ese baile. Era difícil seguir llevando hacia arriba el espectáculo a partir de ahí. Y, en ese sentido, hay que reconocer que Juan de Juan supo estructurar su propuesta para que así fuera dándole un acertado protagonismo al cante. Cristina Tovar colmó de luz y energía los tangos; El Galli le imprimió hondura a los fandangos y Rocío Luna (ganadora de la Lámpara Minera 2023) nos deleitó con un brillante recorrido por tarantas. Pero, incomprensiblemente, el sonido registraba un volumen tan alto que nos impidió disfrutarlo como se merecía. Una pena, porque nos consta que tanto Paco Iglesias como Rubén Romero ligaron los diferentes palos y variantes con grandes dosis de talento y sabiduría, determinando un colorido continuum musical realzado por las palmas de  Antonio Amaya, Petete, y Emilio Castañeda, quienes también protagonizaron un vistoso número de baile. Lola Pantoja para Flama Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León                

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29 septiembre, 2024
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El Nissan Cartuja se vino abajo con Esperanza Fernández en la Bienal de Sevilla

Se encienden las luces del escenario del Nissan Cartuja en la Bienal de Flamenco de Sevilla, y vemos a Miguel Ángel Cortés que abre el recital con un toque breve en solitario que da paso a Esperanza Fernández, quien principia un romance entre bambalinas. Sale a escena caminando majestuosamente por el escenario, vestida con un traje negro ceñido y una elegante y vistosa torerita de tonos dorados, que hace juego con los zapatos y los pendientes. Viene cantando a palo seco el ‘Romance de la monja’ que cuenta la historia de una mujer a la que llevaron contra su voluntad a un convento. Canta las primeras estrofas, y tras ponernos  las lágrimas en la garganta (la historia es espeluznante), lo interrumpe para cantar las primeras estrofas de ‘El Romance del Zaide’, que popularizó El Chozas de Jerez (que en realidad era de Lebrija). Después de las primeras estrofas lo enlaza con otro romance muy popular en el universo flamenco, ‘El Romance de Gerinaldo’ que hizo famoso El Negro del Puerto. Y tras cantar algunas letras que dieron buena cuenta del dominio de Esperanza de este cante, dio paso a la guitarra, las palmas y la percusión, para regalarnos un delicioso recorrido por los romances de su tierra lebrijana, a compás de soleá por bulerías. Esa primera pieza preconizaba ya la elevada cota emotiva que alcanzaría el recital. Algo que llegó a su zenit con la soleá, la seguiriya y la sevillana, tres cantes que hicieron los honores al título del recital: ‘Corazones de agua’; porque a partir de ahí a más de uno y de una se le saltaron las lágrimas. «Me tienes llorando Esperanza», gritó una espectadora desde el patio de butacas, del que no paraban de salir oles y frases de aliento y reconocimiento a la maravilla que estaba haciendo Esperanza con el cante. Antes de eso, y después de habernos acariciado el corazón con unas malagueñas repletas de matices y colorido vocal, la cantaora trianera nos había deleitado con una vidalita sumamente personal e intimista pero también espectacular, porque hacia la mitad del cante Esperanza se levantó para acompañarlo bailando el abanico. No en vano ella empezó como bailaora. Tras ese cante, Esperanza dejó solo a Miguel Ángel Cortés para que nos brindara un toque que desató una gran ovación del público, una composición propia que comienza por tarantas, sigue por granaínas y termina por bulerías. Y Esperanza salió de nuevo a escena con un nuevo traje, un vestido azul con cola y volantes laterales – que remite al traje flamenco de cola -; y se entregó a un recorrido por romeras y cantiñas que iluminó nuestros sentidos. A partir de ahí la cantaora decidió ir subiendo el tono, dotando de unos altos imposibles a la soleá y el resto de los palos que vinieron después: la seguiriya que puso al público en pie como si el recital ya hubiera terminado; la sevillana, cuya letra alude a los miembros de su familia, y las bulerías, que comenzaron, a manera de homenaje, con ‘Desnudos’, el poema de Juan Ramón Jimenez que versionaron Lole y Manuel y terminaron con ella bailando. Al final de las bulerías el teatro se vino abajo. El público, que se había puesto en pie al unísono, no podía parar de aplaudir y vitorear a la artista y sus acompañantes, sobre todo al guitarrista granadino, que se llevó unos cuantos vítores. Se trató, sin duda, de uno de los mejores recitales de cante de la Bienal, un concierto que demostró que, cuando sobra el talento y el dominio como les sobra a Esperanza y sus acompañantes – entre los que se incluye Pedro María Peña por su exquisita dirección -, el flamenco se convierte en un arte sanador que nos transforma por dentro. Lola Pantoja para Flama Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León          

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28 septiembre, 2024
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Luis Cortés, una noche mágica… en femenino

El concierto de Luis Cortés en el Cartuja Center Cite de Sevilla fue una experiencia inolvidable que se llenó de energía y emoción. Desde el momento en que entré, noté la gran afluencia de juventud, especialmente de mujeres, lo que creó un ambiente vibrante y lleno de vida. La conexión entre el artista y el público fue palpable; todos conocían cada letra de sus canciones y Luis hacía que el público participara activamente, invitándonos a cantar junto a él, lo que intensificó la experiencia colectiva. Uno de los momentos más emotivos de la noche fue cuando Luis interpretó la canción ‘MAMA’. El ambiente se volvió casi mágico, ya que vi a muchas personas con lágrimas en los ojos, sobre todo cuando habló de las madres que no están y están cuidándonos desde el cielo. Este homenaje tocó el corazón de todos los presentes, creando una atmósfera de nostalgia y gratitud. Sin duda, el concierto fue una celebración de la música y de las emociones compartidas, dejando una huella imborrable en quienes tuvimos el privilegio de asistir. Luis Cortés no solo brilló en el escenario, sino que también logró conectar profundamente con su público, haciendo de esta noche un recuerdo que siempre llevaremos con nosotros. Soledad Moreno Castro para Flama

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De lo Real a lo Onírico

Cuando ayer esperábamos en las butacas del Teatro de la Maestranza en La Bienal de Sevilla 2024 a que el telón se subiera, anunciaron que por razones ajenas a la compañía Remedios Amaya no asistiría a la actuación. Una pena que la artista sevillana se perdiera la oportunidad de compartir este sueño que vivió anoche Juan Fernández Montoya Farruquito. Se abre el telón y vemos a Farruquito metido en un cono hecho por la luz, descalzo pensando o soñando  a la vez que una voz en off como si fuera su guía, nos cuenta quién es y de donde viene, su amor por el baile, el cante y la guitarra, sus penas y alegrías, el destino del minotauro. Entra esa guitarra inconfundible, sensible y delicada como es la del jerezano Manuel Valencia mientras entra el experto e inconfundible Pepe de Pura como si fuera su Ángel de la Guarda trayéndole sus zapatos. Juan los observa y se los coloca mientras le canta por fandangos.  Empieza el espectáculo dando sus primeros pasos, pasos inconfundibles y de una perfección, velocidad que no te lo puedes creer. En el centro un escenario en alto, se enciende la luz y vemos a la diosa del cante, Farruquito se frota los ojos, no se lo cree. Esa diosa es Esperanza Fernández cantándole por seguiriyas. Esperanza es soberbia en su cante en su manera de componer su cuerpo, esa voz que viene del cielo con ráfagas de relámpago que se te meten dentro del cuerpo y directo al corazón. Sigue con un solo de pies con el cajón del percusionista completo que es Paco Vega, para terminar con el macho de las seguiriyas enlazándola con un fandango y los ayes meteóricos de esta diosa. Farruquito sigue soñando y escuchando la voz de su memoria con el bajo eléctrico con sonido muy flamenco de Julián Heredia. Sale a la escena una fiera del cante, a compás de nudillos vemos a la Gran Juana la del Pipa. Que lección dio de sabiduría, dominio y jondura, no solo del cante sino de cómo hay que estar en un escenario para acompañar al baile del soberbio Farruquito. Este bailaor de cepa gitana usó elementos escénicos donde se interpretaba lo que quería contar: escenario sobre el escenario, sombras chinescas, proyección de esas rayas que salían cuando te despertabas después de haberte dormido viendo la televisión. Todo lo contado te recreaba en un sueño. Farruquito estuvo inspirado, sintiendo hasta el tuétano lo que hacía y dando muestra sabia de su baile. Una farruca con sonido que recordaba a las reuniones trashumantes y andarríos de los zíngaros europeos. Una pena los jaleos tan fuertes en el escenario, así como los constantes aplausos y gritos del público que tapaban muchos momentos necesarios de oír. Susi La Bronce para Flama           Programa Introducción Fandango Seguiriya Soleá por bulerías Alegrías Bulerías Taranto Farruca Tangos Fin de fiesta   Ficha artística Idea Original: Juan Manuel Fernández Montoya ‘Farruquito’ Baile: Juan Manuel Fernández Montoya ‘Farruquito’ Música: Juan Manuel Fernández Montoya ‘Farruquito’ Y Manuel Valencia Cante: Pepe De Pura, Ismael De La Rosa ‘Bola’ Y Manuel De La Nina Guitarra: Manuel Valencia Percusiones: Paco Vega Bajo: Julián Heredia Vientos: Fran Roca Artistas Invitados Juana La Del Pipa Esperanza Fernández

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Cancanilla y Purili, otra forma de entender el cante

Anoche pudimos escuchar a dos grandes cantaores gitanos en el Teatro Alameda dentro de la programación de la Bienal de Sevilla con el espectáculo Cantaores que bailan. Programarlos a los dos juntos fue todo un acierto, ya que podrían ser uno el sucesor del otro, dos mismas formas de entender el arte. Sebastián Heredia Santiago, Cancanilla de Málaga (Marbella, 1951), y Antonio Núñez Heredia, El Purili (La Línea de la Concepción, Cádiz, 2000). Pertenecen a un tipo de artista que, igual que te duelen por siguiriyas o soleá, que ambos cantaron, después rematan con esa alegría y esencia que comparten a pesar de la diferencia de edad, por bulerías en un fin de fiesta conjunto. Un recital breve pero colmado de esencias. Un cante no fingido que llegó al público con una calidez especial. Son dos estilos no muy habituales. Cante honesto, cercano, a fuego lento. Dos cantaores que bailan pa comérselos, conocedores de los códigos de ese baile jondo y artístico que deja la sonrisa en la boca del público. Cante que se acompaña al baile, algo que precisa haber ‘mamado’ el flamenco. Aquí hay que acodarse de Anzonini de El Puerto o el mismo El Funi o El Mono de Jerez. Además de tener esa cercanía y empatizar con el público mientras se templan con jondura, porque ambos son fieles seguidores de las escuelas de Mairena o Caracol, entre otros clásicos. Cancanilla, quien trabajó con el mismo Caracol (de la Alameda de Hércules, donde fue el espectáculo de anoche) o Camarón, hablaba maravillas de su ‘discípulo’; y a la inversa. Fue una noche muy emotiva y artística. Una experiencia ver como esta ‘escuela’ sigue viva y coleando, aunque actualmente no está en boga, y no se ve reflejada en las programaciones como debiera. Cancanilla está todavía en plenas facultades, y El Purili ya está despuntando y dándose a conocer en las grandes citas flamencas.   Isidoro Cascajo. Texto y vídeos Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León               Ficha Artística El Purili El Purili, cante Domingo Rubichi, guitarra El Tripas, percusión Guille del Moreno, palmas Manuel Soler, palmas Cancanilla de Málaga Cancanilla, cante Chaparro de Málaga, guitarra

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27 septiembre, 2024
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SIMOF Madrid abre el calendario de la Moda Flamenca con vistas a 2025

El curso anual de la Moda Flamenca 2025 se ha inaugurado esta mañana en el Wellington Hotel & Spa Madrid con el arranque de la Semana Internacional de la Moda SIMOF Madrid 2024. Una cita que celebra su III edición, y será hasta mañana noche, cuando tenga lugar el Desfile de Clausura con las Tendencias para 2025. SIMOF Madrid 2024 fue inaugurado de la mano de los diseñadores sevillanos Victorio & Lucchino, con su colección para 2025, denominada ‘Cásico Vanguardista’. En el mismo acto se ha hecho entrega del Premio ‘Flamenco en la Piel’ al cantante y presentador Bertín Osborne; a la bailaora Cecilia Gómez y el diseñador Palomo Spain. Asimismo, la organización ha hecho entrega del  Premio Aromas Solidarios a José Luis López Fernández, por la labor en la Fundación López Mariscal. SIMOF ON MOVE El Salón Internacional de la Moda Flamenca SIMOF es un proyecto que comenzó hace ya 30 años en Sevilla, organizado por la Agencia Dolbe Erre y el ayuntamiento de Sevilla. La ‘delegación’ en Madrid no será un caso aislado, ya que se ha creado la marca SIMOF ON MOVE, diseñada para exportar a otras ciudades, nacionales e internacionales, este gran proyecto.  

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26 septiembre, 2024
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Eva La Yerbabuena: la señora del baile flamenco

Eva Garrido, La Yerbabuena, se reconoce a sí misma como una tímida de libro, pero en el escenario se transforma. Sobre las tablas del teatro ella manda y derrocha poderío mientras se entrega a una forma de baile que ha creado escuela. Nadie como ella ha sabido salpicar el flamenco tradicional de pinceladas contemporáneas, y no solo el baile, también con las puestas en escena. Ayer, sin embargo, el propósito era otro. Ayer, dentro de la programación de la Bienal de Sevilla, La Yerbabuena se subió al escenario del Teatro de la Maestranza con la consigna de centrarse en el baile para brindarnos Solo a Sevilla, una suite flamenca que la consagra como la señora del baile flamenco. Cuando todavía no se había apagado la luz de sala, La Yerbabuena salió a escena, de riguroso negro, paseando con parsimonia y en silencio por el escenario; y uno a uno fueron sumándose a su paseo los artistas que iban a acompañarla, un elenco de lujo capitaneado por el guitarrista Paco Jarana. No sabemos cómo será su relación marital, pero si es la mitad de buena que la que tienen el escenario, ya nos gustaría a más de uno. Completan el elenco cuatro cantaores de categoría: Segundo Falcón, Miguel Ortega, Antonio El Turry y el recientemente ganador de la Lampara Minera, Jesús Corbacho. A la percusión y la electrónica Daniel Suárez y José Manuel Ramos El Oruco –quien hizo también un breve, aunque poderoso número de pareja con el bailaor invitado, Cristian Lozano – y las cantaoras Marina Heredia y La Fabi. Junto a estas dos artistas – que elevaron el cante a notas imposibles con una entrega que nos removió las entretelas de las entrañas – La Yerbabuena, ataviada al estilo de las zambras, convocó a los duendes de su tierra granadina con unos tangos repletos de sensualidad y poderío. Aunque para poderío la soleá por bulerías con las que comenzó el espectáculo. Qué derroche de fuerza en los pies, con ese taconeo limpio, potente y tan musical y acompasado, que la guitarra y los tacones parecían un único instrumento. Y qué decir del sinfín de figuras, desplantes y remates que la bailaora iba desplegando con tal velocidad que difícilmente podíamos registrarlas. No era fácil remontar el espectáculo tras esa pieza de baile. Pero La Yerbabuena cuenta en su haber con 25 años de arte y veteranía y sabe de sobra cómo estructurar un espectáculo. Por eso el segundo número fue una concesión a su gusto por la danza-teatro de la coreógrafa alemana Pina Bausch, una pieza que deja a un lado la fuerza para mostrar la vulnerabilidad del artista. Y por eso también, en un momento de la obra, encaja un fascinante solo de guitarra de Paco Jarana que hizo que nuestro espíritu flotara. Fue el preludio de un cante por granaínas que defendió Esperanza Garrido con una voz tan potente como brillante y melodiosa. Y tras un impactante coro de voces a capela, la genial bailaora buscó el espíritu trágico del flamenco en los tientos, que perfiló con un baile tan esencial como dramático. De nuevo el coro de voces sirvió de transición y llegó el turno de los tarantos, con los que una vez más La Yerbabuena mostró su sabiduría, una mezcla de conocimiento y creatividad que hacen de cada pieza de baile una experiencia única. Como única fue también la tanda de fandangos que los cuatros cantaores afrontaron con grandes dosis de oficio y talento. Segundo Falcón demostró con ellos que su voz y sus facultades no han perdido un ápice con el paso del tiempo y se llevó una sentida ovación del respetable. Y únicas fueron también las cantiñas que La Yerbabuena bailó con una preciosa bata de cola roja con lunares morados y mantón del mismo color. Un mantón que, al contrario de la bata, era inusualmente ligero, aunque no por ello menos lucido.   Lola Pantoja para Flama Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León          

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25 septiembre, 2024
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Rafael Riqueni y Paula Comitre, un tandem de lujo

La noche del pasado martes 24 la Bienal de Sevilla nos ofreció un tandem de lujo, una figura más que consagrada: Rafael Riqueni, y otra emergente, aunque camino ya de formar parte del cielo de las estrellas del baile flamenco: Paula Comitre. Dos artistas sevillanos que dicen mucho del nivel que esta ciudad ha dado, y sigue dando, en cuando al arte flamenco. Rafael Riqueni actúo en el preciosista y evocador del Patio de la Montería del Real Alcázar, donde vino a presentar su último disco, ‘Nerja’, aunque en la primera parte del concierto dio rienda suelta a su gusto por la melodía y su dominio de la armonía con un recorrido, que él mismo calificó como “más flamenco”. Comenzó tocando por granaínas (Triste Luna), siguió por  soleá (Soleá de los Llanos) y soleá por bulerías (Herencia). Al término de ese último palo se dirigió al público con una expresión que le salió del alma: «¡Que noche más bonita!». Y le dio las gracias a la Bienal y a todos los asistentes, para terminar reconociendo la valía del guitarrista que le había precedido: Alejandro Hurtado, de quien dijo que era un auténtico representante del nivel que tiene la guitarra flamenca entre las nuevas generaciones. Alejandro nos brindó una suerte de prólogo con una seguiriya y unas alegrías composición propia que dieron buena cuenta de su toque, tan limpio como certero y contundente, en contraste con la delicadeza de la Rondeña de Ramón Montoya y el colorido y la alegría de ‘Gitanería Arabesca’ de El Niño Ricardo, que hizo las delicias del público, a pesar de que a esas alturas no veía el momento de que saliera a escena el genio de la guitarra sevillana, que nos volvió a regalar momentos mágicos y memorables con su sonanta, sobre todo cuando tocó algunos temas de ‘Parque de María Luisa’ y cuando,  junto a la chelista Gretchen Talbot, impregnó el aire de notas dulces y fugaces que se quedaron flotando en nuestra memoria. Y es que, aunque las facultades del maestro acusen el paso del tiempo y todas las penalidades que le ha tocado vivir, su música sigue teniendo la capacidad de evocarnos toda una gama de emociones. Por su parte, Paula Comitre colmó de imágenes sugerentes las tablas del Teatro Central con su espectáculo ‘Après vous, madame’, que gira en torno a la figura de Antonia Mercé, La Argentina, una bailarina de principios del siglo XX que triunfó en el universo del cabaret y fue reconocida como la primera bailarina en dotar de vanguardismo a su baile. Antonia Mercé era española pero sus padres, que también eran artistas, la concibieron durante una larga gira por Latinoamérica y nació en Argentina, de ahí su nombre artístico. Nació en 1890 y se formó primero en el ballet clásico. No en vano su padre era profesor de esa disciplina. Pero a la muerte de su progenitor dejó el ballet por el cabaret, donde triunfó a pesar de no tener el aspecto de las mujeres que triunfaban en esos ambientes. Ella era delgada y estilizada, nada que ver con los cuerpos generosos en curvas de sus compañeras, pero tenía un arma secreta: sus castañuelas, que tocaba con un virtuosismo inigualable. Paula Comitre también es de cuerpo menudo y grácil y, al igual que La Argentina, siente la necesidad de dialogar con otras disciplinas dancísticas, como la danza contemporánea, que en este nuevo espectáculo define la primera escena. Pero no solo la danza también en cuanto a la dramaturgia y el espacio escénico Comitre se decanta por una puesta en escena plenamente contemporánea, donde la escenografía se conforma con una larga tela roja inflable que nos sugiere la imagen de una bata de cola. El vestuario es del mismo material y color rojo intenso, y a lo largo de la obra, según se lo recoge o suelta la bailaora, simula un traje de faralaes, una falda de ensayo o incluso batín de cola. Ese vestido es una de las referencias a la figura de La Argentina, que fue una de las primeras en incorporar trajes lujosos y vanguardistas a sus números de danza. También hay una referencia muy clara en la elección del piano de  como único acompañante instrumental en escena. Interpretado con maestría por Orlando Bass, el piano va dibujando un espacio sonoro que va de la música contemporánea al folclorismo de La Danza Gitana de Ernesto Halffter y la farruca que canta la bailaora/bailarina en el número final. Pero fuera de esas claras referencias y a pesar de que este espectáculo parte de un arduo trabajo de investigación, que comenzó con una beca concedida a Comitre en París gracias a la que pudo estudiar la documentación que guarda la Cité de las Arts sobre la vida y obra de la legendaria bailarina, con esta obra, Paula Comitre, más que llevar a escena toda esa información, se centra en resaltar el espíritu de libertad y la inquietud creativa de La Argentina. Para ello perfila una coreografía que va de la danza contemporánea al folclore, pasando por el clásico español y el flamenco, que en algunas escenas se apodera de su taconeo, limpio y sonoro y determina un braceo en algunos momentos vertiginosos y, en otros, parsimonioso, acompañados por un meneo de caderas y una sonrisa que deja entrever la sensualidad desinhibida del universo del cabaret. Se trata, sin duda, de un espectáculo exquisito, delicado, evocador y […]

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24 septiembre, 2024
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Israel Fernández llegó, vio y no conmovió

Israel Fernández es uno de los pocos cantaores flamencos que gozan de una buena proyección mediática, lo que no es baladí teniendo en cuenta que se rige por los cánones de los cantes clásicos, como los que recoge en su nuevo disco ‘Por amor al cante’, que nos presentó el pasado domingo en el Teatro Alameda, dentro del marco de la Bienal de Flamenco de Sevilla. El cantaor toledano se declara un amante de los artistas flamencos de una de las épocas doradas del cante donde nombres como Manuel Vallejo, El Carbonerillo, Pepe Pinto o La Niña de los Peines, y su hermano Tomás Pavón, engrandecieron el cante junto a las guitarras de Ramón Montoya y El Niño Ricardo. Del toque de estos dos guitarristas se empapó en su día Antonio El Relojero, a quien Israel Fernández llama con el apelativo cariñoso de “Tío Antonio”. Tal y como nos contó el cantaor sobre las tablas del Teatro Alameda, ambos se encontraron hace 15 años en un Concurso de Cante. Israel se quedó prendado de aquella sonanta que sonaba al toque los grandes maestros del pasado y le pidió que le acompañara. Y ganaron el concurso. No es de extrañar, teniendo en cuenta las cualidades vocales del toledano – capaz de subir lo imposible con un rasgo de voz de lo más flamenco – y el toque de solera del madrileño. Sin embargo, el recital que nos ofrecieron el pasado domingo no estuvo a la altura de lo que se espera de una Bienal de Flamenco. Tal y como el cantaor reconoció abiertamente y sin tapujos, “no habían mirado nada”. Iban diciendo sobre la marcha los cantes que iban a hacer. Algo que, desde luego no es extraño al flamenco. Muchos cantaores y cantaoras comienzan con un palo y van decidiendo el repertorio en función de cómo sienten su voz y su ánimo, o también según la energía que les llega del público. Pero Israel no parecía regirse por nada de eso. A él le sobran facultades para abordar cualquier palo, y tanto él como El Relojero parecían de lo más relajados, tanto, que parecía que estábamos asistiendo a una tertulia en una peña flamenca donde hasta cabían hasta las anécdotas del guitarrista sobre ‘La Mili’ (servicio militar obligatorio) – que hizo en Sevilla – y su conocimiento de los grandes figuras del pasado que él se sintió con la necesidad de transmitir. Nos reímos de lo lindo con las intervenciones de este guitarrista mayor, que se definió como un gran aficionado a la guitarra flamenca clásica. También Israel desató alguna que otra carcajada por su forma de librarnos de la conferencia improvisada del guitarrista. Pero a la hora de cantar no parecía a gusto y más que emocionarnos nos arañó los oídos con una ejecución que abusó de las notas altas, que en más de una ocasión, como en la seguiriya, elevó al extremo del grito. Aunque en ese palo se lució El Relojero acordándose de El Niño Ricardo. No así en los tangos y las bulerías, en los que marcó un tempo un tanto lento y eso, unido a la ausencia de palmas y percusión, determinó una ejecución deslucida por parte del cantaor. Por fortuna en la taranta Fernández apuntó maneras, hizo los honores a la granaína y con los fandangos finales dio buena cuenta de su virtuosismo. Algo es algo.   Lola Pantoja para Flama Archivo Fotográfico de La Bienal de Flamenco / ©Laura León        

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